Entre montañas, obras y campamentos



Este cuento narra situaciones que pudieron o no pasarme a mí, vivencias personales con las que muchos se pueden identificar, estas aventuras entre montañas, obras y campamentos marcaron mi vida y la de muchas personas, se vuelve hasta adictivo este estilo de trabajo y de vida, perdiéndonos de la familia y de los amigos, pero los compañeros de trabajo llegan a significar tanto como ellos. Dedico este cuento a todos ellos pues cada uno lo recuerdo, cada uno me enseñó algo, y cada uno me marcó, por eso este cuento.

Fueron más los momentos de felicidad y de bienestar, pero cada vivencia me llevó a donde estoy ahora de alguna manera así lo quise, y de lejos en la distancia cada experiencia cobra sentido, así en su momento lo haya vivido dramáticamente o increíblemente irreal, la mayoría las amé y disfruté cada segundo que las viví.

El que no haya estado entre montañas, obras y campamentos, no podría entender el ¿por qué? O las razones por las que perseguimos el polvero, los viajes en carretera pavimentada, destapada o trochas, avión, avioneta, burro, chalupa, volqueta, turbo, mototaxi, a pie o como sea  el medio para llegar y recorrer todos esos caminos demandantes física y mentalmente; me disculpo con mi familia y amigo(a)s por no haber compartido lo suficiente mientras trabajé así, pero el cuerpo y la mente se agotaban en los turnos y llegaba a Medellín a descansar por días enteros, no me provocaba nada más, me quedaba dormida en reuniones o ni alcanzaba a llegar a alguna y así me fui perdiendo y alejando de sitios y personas que las guardo en cada gesto, palabra, foto, y olor, en mí.

Resulté entonces lejos de Medellín, entre montañas, obras y campamentos por una razón: superar un rompimiento, aunque suene a cliché, nos vamos lejos para conocer, huir o simplemente saciar insatisfacciones personales, y autodescubrirnos. En mi caso aguanté un año en Medellín después de mi rompimiento y la situación se tornó insostenible, el constante contacto como si no hubiese pasado nada, seguir ahí como “amigos”, no me sirvió para seguir adelante con mi vida, estaba estancada y apenas se presentó la primera oportunidad en el 2009 me fui, me dí el espacio y la distancia para aprender a estar sola y emprender un camino de descubrimientos, sin bloqueos ni rutinas.

Había perdido la perspectiva, nunca la tuve realmente, o por lo menos alguna realmente mía, en la que no involucre a una persona que no me incluye en su vida, en sus planes; estaba en la banca, como algún conocido me dijo una vez: estás observando como todos avanzan, como él avanza y tú te estás quedando atrás. ¿Soy capaz de darle estabilidad a otra persona pero no a mi misma? y eso tal vez  hizo que no tuviera un proyecto de vida propio definido, que no hiciera planes a largo plazo porque no tenía la estabilidad y los recursos propios que quería en ese entonces.

Antes todos mis planes los quería hacer con él, veía un futuro: me animaba, me impulsaba a soñar, a crear, a pensar en un mañana y a luchar por vivirlo, pero no sola. Entendí después de todos esos juegos, de ires y venires que no me quería en su vida, y que no iba a volver a estar junto a mi como antes, tuvimos una buena despedida y me sentí más cerca de él que nunca, se lo di todo de todas las maneras, lo intenté hasta el final, pero nada fue suficiente y aprendí a ser una persona que no creí que podía ser, y a manejar las cosas de otra manera más tranquila, dándole tiempo al tiempo, espacios y distanciamiento. Por momentos pensé que mi destino era la soledad y que no sería capaz de hacer feliz a otra persona, que conmigo deseara construir y compartir su vida.

Era el 2009, y resultó un trabajo en un pueblo tolimense, yo no iba al Tolima desde que era pequeña a visitar a mis abuelos paternos, emprendí la aventura de mi vida, al llegar a ese pequeño pueblo, estaba como en la cúpula, como si estuviera en aquella época de mi niñez con 8 años, fue como si hubiese vuelto, pero esta vez para quedarme, quedarme a  escribir esas  palabras perdidas entre recuerdos y a auscultarlas entre paredes y calles, quedarme a encontrar esas palabras entre lugares que me quieren hablar, que quieren ser mencionados.

“Lugar inspirador, 
mágico lleno de recuerdos gratos, inentendibles y misteriosos, 
lleno de historias de sufrimiento de una familia no reconocida, 
no legítima para los conceptos de aquellos tiempos, 
lugar tan pequeño, pero tan grande e imponente con lo que guarda bien adentro.

A ese lugar llegué,
a ese lugar me trajo la vida
luego de esperarlo tanto con una tranquilidad tan fluida e impensable,
llegué para llenar un espacio sin descubrir en mi vida
un espacio dormido e inexplorado, abierto a las mas maravillosas posibilidades,
para convertirme en la persona que hay en mis pensamientos y en mis palabras
llegué para emprender una aventura que solo se me había ocurrido en pensamientos,
evidenciando que tengo el poder de alcanzar lo que produzco con todas mis fuerzas en mi mente
para emprender una aventura en el momento preciso de transformarlo todo en lo que siempre soñé.”

Me encontraba entonces en esa obra sola, pues solo conocía a la persona que me llevó, y habían pocos paisas, no había que presentarse pues mi acento lo hacía por si solo, me di cuenta que mi acento era muy marcado y a veces hasta arrastrado, y de eso se burlaron por un tiempo, y de aposta lo hacía, porque paisa más regionalista no habían conocido en esa obra.

Me bajé del carro que me trajo desde el aeropuerto de Ibagué directo a la oficina del Consorcio, y de una a inducción, entrega de EPP’s, campamento, ¡y a trabajar se ha dicho!. Fuimos al frente de obra más cercano para introducirme en campo, y al otro día madrugar al frente de obra que me asignaron. El viaje diario al frente era de 2 horas, tocaba parar a desayunar en el camino, y nos turnábamos para pagar el tinto y los panes. 

Aprendí a valerme por mí misma, valorar la casa materna, adquirir disciplina y responsabilidades que no tenía en Medellín, pero esta primera obra, la primera vez en salir de mi cascarón en parte fue como si soltaran un ternero del corral: disfruté tanto, conocí tantas personas valiosas, cometí errores, asumí las consecuencias, y seguí adelante, dejando atrás esa obra para emprender otra y más aventuras.

Las obras son la gente, el pueblo donde vives y trabajas, los lugares que recorres para llegar allí, y conocí el país por las obras, un país lindo, lleno de contrastes, de paisajes imponentes e inolvidables, de personas cálidas que te reciben con el corazón y te ofrecen su casa para que te sientas como en la tuya, los trabajadores locales aman su tierra y luchan por ella, y a veces las obras chocan con ese concepto. 

Te envuelves en riesgos y derrumbes, quedándote por horas o la noche entera a la intemperie, y muchas veces toca tomar decisiones apresuradas, que tal vez no son las correctas pero que en su momento se sintieron acertadamente, las balas y los enfrentamientos te persiguen, el miedo a pisar una mina y a ver uniformados escondidos es el pan de cada día, te enfrentas a amores no correspondidos, a los amores prohibidos, que a veces quisieras y a la vez no, fueran menos furtivos que las balas de los enfrentamientos, pero a la vez hay amores reales; también tienes que sobrevivir a la comida en cartón o icopor, a mercar y cocinar, a llevar comida congelada desde Medellín, te enfrentas a realidades que te obligan a escapar, a esconderse, a rituales de iniciación , a las amanecidas y pasar derecho a otra jornada laboral, a las caminatas nocturnas para pasar el tiempo, a comer frutas en los inventarios forestales, a tomar fotos de paisajes, animales y selfies, a viajar liviano con lo necesario, a conocer y conocer, aprender y aprender, a caer y levantarse, a vivencias que te sobrepasan y te traumatizan como mujer y como persona, a lidiar con personajes irrespetuosos y superiores tóxicos, a dejarte cuidar, a dejarte apreciar, a dejarte amar, a crear lazos inolvidables e inquebrantables, a reírse de los otros y de uno mismo, a ver desde la distancia a los demás, a escribir noches enteras de lo que vives y no quieres olvidar, a la interminable soledad de la compañía pasajera, al miedo y la ansiedad, a ir y volver, a sentirte extraña con los tuyos, a las rutinas y las aventuras extraordinarias, a dormir parada, a aguantar y tragar entero, a hacer de tripas corazón, olvidar y seguir adelante, a tomar la mejor actitud, a disfrutar cada instante como si fuera la primera vez, a gritar entonando un vallenato (si, yo cantando vallenato), a bailar merengue, salsa, vallenato y hasta champeta, ¡si, champeta!, a hacer asados sin saber, a consolar al que lo necesitara; en muchos momentos escuché a quien lo necesitaba, para darle una seguridad de que no estaba solo(a) en ese momento, me volví muy buena en eso. 

Pero finalmente todo lo vivido hace parte de mí y yo soy parte de todo, me hace ser quien soy hoy y fortalece la base para mi mañana, sacando provecho de las lecciones aprendidas y repitiendo algunas veces los errores, las derrotas y las victorias, todo siempre pensando en disfrutar del recorrido y sacarle el mejor partido, porque me alimento de mi vida y sobrevivo gracias a mis recuerdos, que para bien o mal han logrado moldearme y me han enseñado a moldear mi realidad, mi alrededor y algunas veces, solo algunas veces a las personas que logran acercarse lo suficiente para dejarse tocar por mi alma, mi mente y mi cuerpo. Hoy de todo esto solo me quedan recuerdos, nostalgia, ganas de vivir, de seguir adelante y mirar al frente, sin dejar de ver de reojo cada que necesito y cada que la vida me permite recordar, para expresar todo lo que siento y plasmarlo en un escrito, compartirlo y tenerlo siempre conmigo y que me tengas, así sea en palabras, siempre contigo.

Las obras fueron mi vida entera, y gracias a ellas supe en que momento era necesario dejarlas atrás para hacer un alto en el camino y revaluar mi vida, una vida que necesitaba un descanso físico y mental, un cambio de rumbo, para disfrutar y reencontrar tanto que me había perdido y que es igual de valioso en la vida de cualquier persona, para construir una nueva etapa, una nueva aventura.


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